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Escribía en un rincón apartado en la sala de redacción de El Heraldo de Barranquilla, envuelto en una humareda de cigarros. Así describe Gabriel García Márquez sus días (y amaneceres) como joven reportero colombiano. Existe el riesgo de pretender descubrir el genio de García Márquez o, al menos, la semilla del escritor en el que se convertiría en las páginas de su voluminosa obra periodística. Hay un inconveniente: él se inicia en el periodismo unos ocho meses después de publicar su primer relato de ficción ("La tercera resignación"), impulsado por la columna "La ciudad y el mundo" que escribía Eduardo Zalamea Borda en El Espectador, en la que se incentivaba a jóvenes escritores a enviar sus poemas y cuentos para
"una adecuada y digna publicación". Es decir que madura como periodista y escritor de forma paralela.
Pero hagamos historia. En abril de 1948, mientras García Márquez cursaba segundo año de Derecho en la Universidad Nacional, se produjo el asesinato del líder liberal y populista Jorge Eliécer Gaitán. Esta muerte desató el "Bogotazo", una insurrección violenta y desordenada de las masas populares. Hubo saqueos, incendios, muertos y cierre de las universidades.
Interesado en continuar con sus estudios, García Márquez viaja por la Costa Atlántica hasta asentarse en Cartagena.
Allí conoce la sala de redacción de El Universal y a su jefe de redacción, Clemente Manuel Zabala, quien se convertiría, años más tarde, en el principal artífice de su formación periodística. En 1996, en la Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa de Los Ángeles, García Márquez recordaba aquella época:
"A las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección".
Búsqueda de estilo
Al igual que Theodore Dreiser, Ernest Hemingway o John Dos Passos, el periodismo se reveló para García Márquez como un territorio de experimentación estilística. En las columnas de La Jirafa, que publicó con el nombre de Septimus en El Heraldo de Barranquilla desde 1950, muchas veces se trataba de llenar un espacio, de decir cosas a propósito de poco o nada. Según el académico Jacques Gilard, "todo venía a ser cuestión de estilo: de manera de decir las cosas, y también de manera de planteadas". Era hablar sobre el sombrero del Duque de Windsor, de por qué no correspondía escribir los domingos o sobre el amor, que para una lectora no era más que una afección hepática. Fueron largos experimentos formales y conceptuales que le permitieron perfeccionar la captación de la realidad en el reportaje y más tarde en la novela.
García Márquez dice: "En mis notas de La Jirafa me mostraba muy sensible a la cultura popular, al contrario de mis cuentos que más bien parecían acertijos kafkianos escritos por alguien que no sabía en qué país vivía." (Vivir para contada, Sudamericana, 2002). Eran comentarios sobre sucesos de origen regional, nacional o extranjero, también textos de creación literaria, semblanzas, cuadros captados instantáneamente en la realidad, notas sociales, reflexiones extravagantes que coqueteaban con los hechos y el color.
García Márquez reconoce su vocación de narrador, al igual que los cuenteros de los pueblos. "La realidad -dice-no es sólo lo que sucedió sino también y sobre todo, esa otra realidad que existe por el solo hecho de contarla."
Cuando en 1955 García Márquez viaja a Europa enviado por El Espectador, uno de los más importantes periódicos de Colombia, comienza una nueva etapa en su periodismo. Las nuevas condiciones de trabajo exigían un cambio de planteamientos y procedimientos. Descartada la posibilidad de enviar a sus jefes una primicia, el escritor enfoca sus crónicas en detalles marginales y secundarios, detalles humanos, y muchas veces se embarca en contar lo que le sucede a él, es decir la historia de la historia. Así son sus crónicas sobre Viena, las noches de Budapest o la descripción de la Unión Soviética en 1957: "22.400.000 kilómetros cuadrados sin un aviso de Coca-Cola." En estos textos puede encontrarse una gran "curiosidad por la vida", como la llama él, y también se observa el germen para todo buen reportaje: la entrevista. "Es el género maestro -explica-, porque en ella está la fuente de la cuál se nutren todos los demás."
Trabajos esenciales que ejemplifican estos procedimientos de trabajo son sus libros Relato de un náufrago (donde el escritor, a partir de veinte sesiones de seis horas diarias de entrevista, construye un reportaje novelado, a la vez documentalmente riguroso y literariamente seductor), La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile (1986), donde se cuenta la historia del director chileno que ingresó a su país para filmar un documental de denuncia contra la dictadura de Pinochet, y Noticia de un secuestro (1996), donde investiga el tema de los secuestros a cargo del narcotráfico colombiano.
Desde 1995, con la creación de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), García Márquez intenta rescatar los elementos que aprendió en su larga trayectoria como periodista. El director ejecutivo de la FNPI, Jaime Abello Banfi, explicaba en 2005 que prefieren no abordar la enseñanza del periodismo desde los contenidos teóricos, sino desde los debates y las prácticas, donde jóvenes periodistas practican con supuestos de realidad y discuten la carpintería del oficio con veteranos del periodismo.
Aquello que se aprendió en las tertulias a las cinco de la tarde. "Toda formación -dice García Márquez- debe estar sustentada en tres pilares: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional sino que debe acompañar siempre al periodismo.
(fin)
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